PLANOS
Esta obra de Miguel Fisac es una de las más reconocidas y difundidas a nivel internacional, debido en parte a la espectacularidad del interior de su iglesia, pero también al hecho de hallarse al borde del transitado acceso a Madrid por la carretera de Francia, donde la esbelta torre destaca en medio de un paisaje árido que con los años se ha ido llenando de edificios.
Los Padres Dominicos, que ya habían encargado a Fisac el colegio de Valladolid, le piden para este lugar aislado y con cierta pendiente, entre la carretera y el arroyo de Valdebebas, un convento con iglesia en el que han de convivir los padres profesores con los teólogos jóvenes y los estudiantes de teología, pero haciendo vida independiente excepto en el encuentro que se produce en las aulas, el refectorio y la iglesia. Como en el instituto de Daimiel y en el Centro de Profesorado, el método empleado es el de la articulación libre de piezas con uso diferenciado, que aquí se enlazan de nuevo mediante porches que conforman claustros, a veces abiertos, y que aprovechan la movida topografía del terreno para combinar edificios de dos, tres y cuatro alturas. Todo el conjunto tiene disposición ortogonal y se ordena hacia el fondo, colocándose en primer lugar el pabellón de profesores, en segundo plano los padres jóvenes, y al final los estudiantes o coristas, pues forman parte del coro.
Entre los dos primeros bloques se desarrollan las principales actividades del convento, en torno a dos claustros que rodean un jardín paisajista de inspiración japonesa, y allí se encuentran del lado sur las aulas y el salón de actos con su techo de luz cenital regulable, y del lado norte el refectorio, la enfermería y un pabellón contiguo, pero separado, de religiosas. En primer plano y presidiendo todo el conjunto, destaca la pieza de la iglesia para la cual idea Fisac una configuración completamente original y que no se ha vuelto a repetir porque respondía a un problema muy concreto como era el de disponer frente a un altar, pero de forma separada, a los coristas y a los demás asistentes. Tanteando en las posibilidades de convergencia espacial hacia el altar, halla la solución en una planta en «diávolo» formada por dos ramas de hipérbola bajo cuyo dibujo se esconden las asíntotas de una cruz ortogonal y orientada según los ejes del conjunto del convento. El eje de la iglesia está girado 45 grados respecto de la cruz, en cuyo centro se sitúa el altar, de modo que con potente carga simbólica se dirige toda la tensión hacia ese punto, configurado como «axis mundi». A un lado del altar se sitúan los 300 frailes del coro, y al otro los 700 fieles, de forma que se enfrentan pero a la vez distancian por la posición preeminente del altar, elevado sobre siete gradas, y por los muros curvos que comprimen en espacio en el centro pero lo lanzan hacia la potente luz cenital, con el apoyo además, de un cristo que realiza el escultor Pablo Serrano, y que levita suspendido por un haz vertical de finos cables de acero.
Los fundamentos del espacio dinámico que después Fisac desarrollará con más radicalidad, ya están patentes en esta iglesia de convexos muros de ladrillo rudo y muy texturado por la llaga rehundida, y techo de madera suavemente curvado hacia el centro, así como la forma de utilizar la luz y el color persiguen el mismo objetivo cinético y adquieren un papel protagonista con decidido «crescendo» hacia el centro. El muro del fondo de la nave, por donde accede el público, está perforado por una retícula de ladrillos vítreos en distintos tonos de azul, así como las ventanas corridas que rematan los muros hiperbólicos fueron diseñadas por el artista José María de Labra, y van pasando de los tonos fríos azulados a los cálidos dorados según se aproximan al altar. En cambio, el fondo del coro es todo él una gran vidriera de tonos rojos, que aluden al martirio de San Pedro y que fue realizada por el vitralista austriaco Adolfo Winterlich, aunque se produjera un desacuerdo entre el arquitecto y el artista a causa de las alteraciones que éste introdujo por su cuenta, al emplear tonos azules para dar mayor riqueza cromática a su obra, pero en detrimento de la rotunda idea de emplear rojos que tenía Fisac. La capilla del sagrario, más baja y de planta cuadrada, es un espacio de recogimiento confiado a intensos tonos ámbar que producen un efecto monocromático y una sensación de misterio.
Anexa a la Iglesia y en su vértice más próximo a la carretera, se encuentra una torre formada por 16 pilares de hormigón enlazados mediante una rampa laminar helicoidal del mismo material. Es quizá la torre más singular que hace Fisac, y se remata de forma sorprendente por un prisma virtual concebido como una «nube» de barras dobladas de acero, en cuyo interior brilla por la noche una cruz de neón. Tan escultórico remate es obra del propio Fisac, que compone con cuatro diferentes tipos de codo de acero y con la ayuda de un cerrajero, que fue siguiendo sus instrucciones directas y soldando en continuidad las piezas, una obra que anticipa experimentaciones posteriores de otros artistas sobre la disolución de la forma y el volumen. Esta torre y los muros curvos de la iglesia, con el friso tallado en piedra de la escultora Susana Polack y las vidrieras, son los elementos más destacados del exterior de los edificios pues el resto se basa en una arquitectura de hormigón y paños revestidos del ladrillo hueco con goterón que había patentado Fisac para el Instituto Cajal, muy escueta y pensada con un sentido estrictamente funcional, que según confiesa el autor, realizó sin apenas concesiones formales, pues centró todas sus preocupaciones en los espacios interiores, donde en ese momento depositaba la esencia del hecho arquitectónico. Ese supuesto descuido del que Fisac se lamentaba años después, queda desmentido por la precisión constructiva de todas las piezas, la gran claridad con que se manifiestan las piezas estructurales y las fachadas portantes a diferencia de las de cerramiento o el cuidado dibujo de los diversos pórticos y galerías que configuran el sistema de espacios abiertos y protegidos de la lluvia.
Algunos elementos singulares puntúan determinados lugares, como el pórtico de cáscaras curvadas de acceso a la iglesia, la torre citada, el esbelto hiperboloide de revolución del depósito de agua o la admirable escalera torsionada en voladizo que comunica los dormitorios de los profesores con las aulas de la planta baja, realizada como la torre en colaboración con Javier Lahuerta, antiguo compañero de estudios de Fisac, que calculó la estructura -fotografiada universalmente- de una escalera que asciende en voladizo desde el suelo, girando en cuarto de círculo, y cuyos peldaños vuelan a su vez desde la zanca situada en un lateral de los mismos. En esta obra del Teologado, el arquitecto muestra en sus extremos las dos voluntades que animan su obra, entre la búsqueda de una alta tensión expresiva concentrada en los lugares representativos y el rigor funcional y constructivo, sin concesiones formales, de los espacios de uso. Fisac, que tanto había recorrido no sólo el mundo sino el suelo de su país tomando incesantes apuntes, hace en cierto modo una asimilación personal del sentido barroco español, que destaca con su alarde escultórico los puntos de alto contenido simbólico para dejar en un sereno silencio el resto de la arquitectura.
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